Por Diana Cheng
El mundo cada vez es más plano, cercano y global. Las comunicaciones se han vuelto más fáciles y accesibles en todo el planeta, los grandes ejecutivos hacen viajes de manera frecuente a otros países y están en casa a tiempo, los negocios internacionales se ejecutan de manera más rápida; ahora ya casi no existen límites o fronteras para el libre mercado, y los negocios dejaron de ser locales para convertirse en empresas globales, transnacionales o multinacionales.
Los grandes grupos económicos ejecutan sus actividades de producción tomando el mundo como un campo de juego, en el que colocan sus piezas donde mejor les convenga; de esta forma se promueve una mayor competencia de mercado, y una mejor capacidad de hacer negocios y generar rentabilidad en todo el mundo. Se han instituido mecanismos de maximización de riquezas, tomando como base la reducción de costos basados principalmente en producción y mano de obra barata, que es instalada en países de bajos recursos económicos. En países en vías de desarrollo o de bajos recursos económicos, el tránsito de dinero es más lento; las personas no solo viven con menos recursos, si no también viven el día, consiguiendo un dinero diariamente, no teniendo sistemas de salud adecuados y rodeándose de informalidad. Es en este contexto, las grandes empresas tienen una alternativa que sale mucho más “a cuenta”.
No habría motivo de queja, si empresas como GAP (empresa en la que está basado nuestro trabajo) ingresara a economías subdesarrolladas para acelerar la economía, dividir justamente los recursos y mejorar la calidad de vida de las personas; sin embargo lo que hacen es darles otra alternativa de “sobrevivencia”, imponiendo bases salariales que en sus países de origen hubiesen sido impensables y forzando la producción llevando tiempos por operario hasta de 12 horas sin descanso. Es cierto que el mundo ha cambiado, es cierto que los negocios deben ser más eficientes hoy en día, es cierto que en los países pobres se promueve el libre mercado con fines económicos; pero también es verdad que a las grandes empresas multimillonarias no les importa la suerte de sus operarios, y prefieren un millón más de utilidades, antes de proveerles una vida digna a sus colaboradores; en la misma línea parece que a los dirigentes que los países pobres nos les importa las suerte de sus ciudadanos, ya que no existen leyes claras que los protejan, y en caso existiesen no existe la adecuada fiscalización de las mismas para asegurar la no explotación y el trato justo.
Nuestro tema a tratar será acerca de de la empresa GAP; una empresa textil que posee plantas de producción en muchos lugares del mundo, una empresa que factura más de 870 millones de dólares anuales, una empresa que sin embargo es muy cuestionada a nivel del trato que se le da a sus operarios, sobre todo los que se encuentran en países pobres y con escasos recursos.
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